EL PERRO
Cerca
del río, en un paraje hermoso, con flores coloridas, árboles antiquísimos y
plantas nuevas que crecían por doquier vivía un perro en edad mediana, con una
perra y sus dos crías. El perro vivía de la caza, la cual practicaba con su
perra en forma independiente pero con un mismo fin, mantener a sus dos crías.
Ambos volvían de su experiencia diaria con mucho cansancio y, algunas veces,
con poca esperanza por la falta de presas. El perro siempre ladraba y se
quejaba por lo que le había faltado. “Hoy se me escaparon dos liebres y un
ciervo”, decía un día. “Hoy no he conseguido nada, esta vida no es para los
perros adultos”. La perra se dedicaba a preparar el producto conseguido para
alimentar al grupo y trataba de disfrutar de las flores, los árboles y las
novedades permanentes que el jardín hermoso les traía cada día. Pero fue
enredándose cáda vez más en los quehaceres como una forma de ocultar y negar su
resentimiento, volviéndose una perra malhumorada, y perdiendo su esencia. El
perro eligió recluirse en sus propios pensamientos y evadirse con pequeñas
distracciones, pensando siempre en todo lo que le faltaba por conseguir.
Un
día, la perra comenzó a reencontrarse con sus propios sentimientos y decidió
que su vida, sus crías y el jardín eran demasiado hermosos para compartirlo con
alguien que no lo apreciaba y le pidió al perro que se mudara a otro jardín. El
accedió de mala gana, pero estando afuera comenzó a valorar lo que durante
mucho tiempo no había visto. Reconociendo los grandes logros del perro, ella
volvió a ver en él a ese can que la había enamorado y juntos decidieron volver
a intentarlo. Sin embargo, con el paso del tiempo, el perro nuevamente tomó su
actitud taciturna y comenzó a alejarse cada vez más de la perra, esta vez sin
ladridos. Ella volvió a sentir su rechazo y su lejanía, y por más de que
intentó varias veces encausar nuevamente su relación sus fuerzas flaqueaban y
sus intentos se volvían cada vez más débiles y menos usuales.
La
perra trató con de sobreponerse y crear proyectos en común, de hablar de sus
sentimientos y de saber más de los del perro, de crear momentos de intimidad
para que pudieran acercase, pero todo fue en vano. “No estoy de humor, este no
es el momento”, decía el perro mientras cavaba un pozo hondo donde ocultarse.
La perra, nuevamente rechazada y herida en sus sentimientos, tomó un viejo
almohadón como escudo y lo usó para no sentirse sola por las noches. Quiso ser
más independiente y darle espacio al perro para que elaborara sus propios
sentimientos. Pero esta lejanía la ponía incómoda y no sabía cómo hacer para
lograr un pequeño acercamiento. Entonces recurrió al humor y le escribió una
pequeña nota contándole su preocupación, como un llamado al encuentro. La
respuesta del perro fue aún más dramática, dejando translucir as culpas, cargas
y miedos. Quizás hablaban distintos idiomas perrunos, se les había atrofiado el
olfato o, simplemente, vivían en distintas realidades imposibles de cruzarse,
¡quién sabe!
La
perra se dio cuenta entonces que sus herramientas de seducción eran
indiferentes al perro y que nada podía hacer para llegar a él, hasta que él
mismo decidiera acercarse a ella. Sólo esperaba que eso sucediera antes de que,
quién sabe porqué, uno mordiera al otro y terminaran ambos lastimados…